Si te caes, te vuelves a levantar.
Cuando Petra Kvitova conquistó el título del Mutua Madrid Open 2018, sus lágrimas escondían algo más que felicidad. La jugadora checa, una de las tenistas más imponentes de su generación, completaba en la Caja Mágica un regreso definitivo a la alta competición. Un camino plagado de obstáculos que hubiera hecho desistir a la más tenaz, que habría hundido a la más optimista y que, sin duda, hubiera terminado con las esperanzas de la mente más ilusa, rota en pedazos ante un cruel giro del destino.
Para terminar con las fuerzas de Petra, sin embargo, hace falta mucho más que eso.
Corría el invierno de 2016. Kvitova se encontraba recluida en la localidad de Prostejov, centro neurálgico en los entrenamientos del tenis checo, en el corazón de una nueva pretemporada. Apenas faltaban unos días para las festividades de Navidad y la dos veces campeona de Wimbledon se encontraba tranquilamente en casa, en una jornada como otra cualquiera. De repente, suena el timbre de la entrada principal. A continuación, una pesadilla para no olvidar en una vida entera.
Esperando un posible control antidopaje, Kvitova abrió la puerta a la visita. Sin embargo, la realidad con que se topó fue bien distinta a la imaginada. Un hombre de 33 años, bajo el pretexto de una revisión de caldera en pleno invierno, consiguió acceder al domicilio de la jugadora checa. Minutos después, y tras fingir probar la temperatura del agua en el cuarto de baño, la hoja de un cuchillo se plantaba sobre la garganta de la estrella checa.
Por puro instinto de supervivencia, por la valentía ante cualquier circunstancia, sea cual fuese el motivo, Petra buscó una solución en línea recta. Donde cualquiera hubiese quedado petrificado ante el terror, Kvitova tomó la hoja que amenazaba su vida con ambas manos. El forcejeo, una escena dantesca con sangre por toda la estancia, dejó destrozada la mano izquierda de la zurda, con dos nervios afectados y cortes en los cinco dedos. Un puñado de dólares, una miseria en manos de un miserable, hizo que el asaltante abandonara la casa.
Para Petra, un largo camino acababa de comenzar. El daño recibido fue tan mayúsculo que los cirujanos, en una labor sin descanso, necesitaron hasta cuatro horas de quirófano para reconstruirle la mano.
Nacida en una población de apenas 7.000 habitantes al este de la República Checa (Bílovec), competir contra las probabilidades nunca fue algo extraño para Kvitova. La hija pequeña en el seno de una humilde familia, Petra creció observando los esfuerzos de su padre, empeñado sin suerte en curtir el talento para el tenis de sus dos hermanos mayores. Alejados de cualquier lujo, sin vehículo propio y con modestos trenes como conexión con los alrededores, un futuro en el tenis para la familia era poco menos que utópico.
Acompañada hasta los 16 años por los consejos de su progenitor, Petra modeló sus virtudes como atleta en la alta exigencia del propio hogar. Ante un padre regio, con la rectitud total en el entrenamiento sin importar la identidad del instruido, la checa fue puliendo la contundencia de un juego que ha marcado época en el circuito. En la localidad de Fulnek, todavía más pequeña que su municipio de origen, Kvitova desarrolló ese carácter trabajador, humilde y tan apegado al deporte que hoy día es conocido por todo el mundo.
Esa pequeña chica de origen remoto, capaz de escribir una historia improbable a base de tenacidad y talento, volvió a encontrarse con un muro entre las manos. Esta vez con la madurez ya alcanzada, con la fortaleza vital más que probada y, por qué no decirlo, tras todo lo conseguido, con la humana licencia para dejar de intentarlo. Pero la reacción de Kvitova, una de las atletas más admiradas del mundo en el deporte femenino, ha terminado de convertir su figura en todo un ejemplo.
La agresión sufrida ha dejado una huella que trasciende lo psicológico, con la carga de un imborrable recuerdo instalado en la mente. Dos años después de lo ocurrido, la zurda no ha recuperado totalmente la movilidad en la mano izquierda, y carece de sensibilidad en las puntas del pulgar y del índice. Su historia, por tanto, se construye ante la presencia de lastres mentales y físicos todavía bien calientes, lo que redobla el mérito de lo conseguido hasta el momento.
La grada del Mutua Madrid Open pudo asistir en 2018 a su mayor conquista desde el incidente. En una demostración absoluta de fortaleza, Kvitova se convirtió en la primera jugadora en coronar tres títulos sobre la tierra batida de la Caja Mágica. La checa recuperó una velocidad de juego asombrosa en la capital española para hacerse con la copa cediendo apenas dos mangas en todo el torneo. Y dominando una final que rozó las tres horas ante la holandesa Kiki Bertens, uno de los desenlaces más imponentes en toda la historia del torneo.
La voluntad de Kvitova por seguir escribiendo su destino pese a cualquier circunstancia le convierte en un perfil especial. Madrid tendrá la fortuna de volver a contar con una de sus mayores embajadoras y pocos pueden atreverse ya a descartarla en la lucha por una nueva copa. Uno de los juegos más poderosos del circuito se prepara para volar en la altitud madrileña, un escaparate de lujo para las características de su juego.
Sus esfuerzos en 2019 vienen subrayando un regreso definitivo a la élite y su lucha por tocar la cima del tenis mundial parece más encendida que nunca. Los ejemplos son bien claros. En enero volvió a disputar una final de Grand Slam cinco años después, y apenas dos juegos le separaron de ocupar por primera vez el No. 1 mundial.
Ahora, y con la responsabilidad de proteger la corona, la Caja Mágica se prepara para recibir a su reina principal. Si competir al máximo nivel estuvo en duda tanto en la infancia como en la madurez, Kvitova siempre tuvo una respuesta.
¡Bienvenida, Petra!